sábado, 21 de septiembre de 2013

en estos días de regreso


y aunque no es de México que he vuelto, de México extraigo la última de las ochenta y una cartas que JUAN RULFO  escribió a su amada Clara Aparicio Reyes. 
El conjunto de cartas testimonian los momentos intensos que el escritor vivió entre los años 1944 y 1950. En su escritura se perciben los personajes populares apelados cariñosamente y el desdoblamiento de las personas gramaticales con las que juega un intercambio de voces. Por Clara, Rulfo se considera "un desequilibrado de amor" y el 16 de diciembre de 1950, desde la capital mexicana en la que se encuentra trabajando, le escribe la última de las cartas previas a su reencuentro. Encontramos allí sus claros sentimientos y la ansiedad y el estupendo y delicioso humor con que los expresa.

Madre, madrecita chula:
He sabido ya lo que hiciste, la enorme travesura que hiciste. Has traído un hijo nuevo al mundo. Alguien que te cuidará cuando ya no puedas con la vida. Me cuentan que nació muy grande, y yo me imagino cómo te has de ver hermosa junto a él, abrazada a él, fuertemente, como si estuvieras abrazando con todas tus fuerzas tu esperanza.
Me dio mucho gusto saber que habías salido bien de tus apuros y que estabas bien y, creo, muy feliz. Me dio gusto, chachinita mía, que estuvieras bien -tenía mucho pendiente-; pero ahora me he llenado de gusto por ti y por él, porque Dios te ayudó y te tuvo en sus manos por algunos momentos para que las cosas caminaran por el buen camino. (...) ¿Ya vez lo que resulta por andar comiendo cacahuates? Yo te decía que no anduvieras con los cacahuates y mira, ahora tienes ahí el resultado.
Me da no sé qué no conocer todavía a mi hijo. Hasta ahorita es como si sólo fuera un cuento que me contaron para hacerme dormir tranquilo. (...)
Ahora sé porqué te fuiste a Guadalajara para que naciera. Querías que fuera de Jalisco, tequilero, para que de grande salga muy macho y muy borracho. Ahora lo sé.
(...)
Mira, amor, ¿qué te podría decir yo? Esta carta debería ir sin palabras. Solo llena de besos y del gran cariño que te tengo. Molerte a besos en el gran molino de mi corazón, que tú has hecho tuyo, y poner mi alma desdoblada como una sábana para que tú envuelvas en ella a toda tu familia.
Fíjate, ahora ya somos cuatro y antes era yo solo y muy metido en medio de la noche. (...)
Clara Aparicio, amorcito de Dios, iré a verte pronto; ése es mi consuelo. Pues no dejo de quererte ni un momento.
(...)
Tu recibe un abrazo infinito de tu Juanucho y muchos, pero muchos besos de este muchacho para ti y para nuestros hijos.
Te adora con toda el alma
Juan




1 comentario:

  1. Y la pasión... mucha pasión: "Molerte a besos en el gran molino de mi corazón..."

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