martes, 3 de septiembre de 2013

PLATH

Sylvia, esa otra  maldita 

PALABRAS
Hachas
con cuyos golpes resuena la madera,
¡y los ecos!
Ecos que parten
desde el centro, como caballos.

La savia
brota como lágrimas, como el
agua que se esfuerza
en restablecer su espejo
en la roca,

deshaciendo y horadando
este cráneo blanco,
carcomido por las malas hierbas.
Años después, vuelvo
a encontrármelas por el camino:

Las palabras secas y sin jinete,
el estruendo incansable de los cascos.
Mientras,
desde el fondo de la charca, las estrellas fijas
gobiernan una vida.

OVEJAS EN LA NIEBLA
Las colinas se internan en la blancura.
Un grupo de personas o de estrellas
me mira triste, decepcionado.

El tren deja un rastro de resuello.
Oh, lento
caballo del color de la herrumbre,

cascos, campanas de duelo...
La mañana, durante toda la
mañana, se ha ido enlutando,

flor excluida.
Mis huesos se aferran a esta quietud, los campos
lejanos funden mi corazón,

amenazan
con admitirme en un Cielo
sin estrellas ni padre, un agua oscura.

ESPEJO
Soy plateado y exacto. No tengo prejuicios.
Me trago de inmediato todo cuanto veo,
tal y como es, sin sombra de aprecio ni desprecio.
No soy cruel sino sincero:
el ojo cuadrado de algún diosecillo.
Casi siempre estoy meditando sobre la pared de enfrente.
Es rosada, con manchas. Llevo tanto tiempo observándola
que creo que ya forma parte de mi corazón. Pero ella va y viene.
Los rostros y la oscuridad nos separan una y otra vez.

Ahora soy un lago. Una mujer se inclina sobre mí,
buscando en mi superficie lo que realmente es.
Luego se vuelve hacia esas mentirosas, las velas, la luna.
Veo su espalda, y la reflejo con toda fidelidad.
Ella me recompensa con su llanto y el temblor de sus manos.
No le importo nada. Me deja y vuelve a mí constantemente.
Cada mañana su rostro viene a reemplazar la oscuridad.
En mí se ahogó una joven antaño, y en mí una anciana hoy
se yergue hacia ella, día tras día, como un pez terrible.

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