Contra el "Dios del Arte" o, lo que es lo mismo, contra el "aristocrático hermetismo del arte"
En un casi alarde…la cobarde soy
yo, el escritor polacoargentinopolaco siempre alardeó ostensiblemente, nunca un
“casi”. Alardeó si por este término
entendemos lo rico y próvido de la inventiva de su aparato literario. Entonces,
los calificativos le corresponden al sistema engendrado en sus novelas y no a
un exhibicionismo que el autor en lo personal parece no haber practicado nunca.
¿Vanidoso o presumido, en el texto al que haré mención? Motivo tenía para
mostrarse así aunque la crónica más bien nos habla de un hombre cuidadoso y
sencillo, posiblemente seguro de su condición de poeta mayor de la narrativa.
Alardeó, posiblemente, en el
desarrollo de “Contra los poetas”, un texto breve cuyo título -por oposición- a
muchos les recuerda “En defensa de la
poesía” de Shelley. En realidad, se
trata del texto de una conferencia que ofreció a un auditorio de escritores
planteando una tesis que él mismo sintetizó de la siguiente manera: “los versos no gustan a casi nadie y el
ámbito de la versificación es un mundo ficticio y falsificado”. Efectivamente,
lo que ataca Gombrowicz no es la sensibilidad poética expresada en el drama, la
tragedia, la poesía o la narrativa sino la llamada “poesía pura”, ese artificio
de la escritura alabado y ponderado por cierta crítica que le confirió
superioridad por encima de cualquier otra manifestación literaria. A esta caracterización se refiere el escritor,
y admite que ante un simple “crepúsculo cotidiano tiemblo como cualquier
mortal”, excluyendo de la sensibilidad poética al “extracto farmacéutico y
depurado” de la versificación monótona, al uso abusivo del ritmo y la rima y al
excesivo léxico de palabras “nobles” que harían ascender a la poesía hasta una supuesta
elevación majestuosa, algo así como al altar del “Dios del Arte”.
Gombrowicz arremete contra la desproporcionada
sobrecarga de elementos presumiblemente poéticos y, si de algo se jacta, es de
conocer bien a los petulantes que dicen dominar poemas y poetas aunque ni
siquiera pueden dar cuenta de una lectura adecuada de lo que enumeran leído
mientras se dedican a denostar el habla y la escritura apoética, deviniendo -insiste- vates y bardos como entes
fuera de época que estilizan un “dialecto profesional”, distanciándose no solo
del hombre común que podría leerlos sino del que efectivamente son.
“Los poetas siguen agarrándose febrilmente a
una autoridad que no tienen y embriagándose a sí mismos con la ilusión del
poder. ¡Qué ilusos! De cada diez poemas uno por lo menos cantará el poder del
Verbo y la elevada Misión del Poeta lo que, justamente, demuestra que el Verbo
y la Misión están en peligro” (…) “Todavía no han comprendido los poetas que de
la poesía no se puede hablar en tono poético”.
Después de recorrer ese microcosmos,
concluye diciendo que ya se ha “colmado el cáliz” y que habría que…
“abrir las ventanas de esta hermética casa y sacar a sus
habitantes al aire fresco, hay que sacudir la pesada, majestuosa y rígida forma
que los abruma.”
“Poco importa que digan pestes de
mí (…) mis palabras están destinadas a la nueva generación. El mundo se vería
en situación desesperada si cada año no entrase un nuevo contingente de seres
humanos, frescos, libres del pasado, no comprometidos con nadie ni con nada, no
paralizados por puestos, glorias, obligaciones y responsabilidades, seres, en
fin, no definidos por lo que ya han hecho, y, por lo tanto, libres para
elegir.”
La broma final se
ofrece cuando - según cuentan- un poeta asistente recita enfervorizado un poema
y, ni bien termina, Gombrowicz antes de
irse le dice: “Gracias por ilustrar esta
conferencia”.
En torno a lo
expresado por el escritor en el último párrafo citado, creo necesario anotar
que Gombrowicz no alude a hechos históricos y sus derivaciones políticas como
tampoco a cuestiones de índole social. Gombrowicz
nos habla de la poética de la escritura, y, precisamente, incluye al poeta
entre los hombres, poeta en tanto ser humano a quien incumbe su propia época. De
allí, la elección de “Contra los poetas”, pues considero que sus opiniones
tienen valor de cuestionamiento acerca del papel de la tradición en la creación
-literaria en este caso- y, por sobre
todo, a la que realmente pone en jaque es a la crítica cuando se coloca en
baluarte de los valores que -según ella misma- deben ser conservados por encima
y en contra de la invención como búsqueda de formas nuevas para expresar su
momento, su cosmos. Contra lo preclaro y
hermético de cualquier estilística paronomástica y anacrónica habló en esa
conferencia Gombrowicz.
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