jueves, 31 de octubre de 2013

Otra vez la música, ahora con un concierto a beneficio

Philip Roth, "Patrimonio. Una historia verdadera"

(continuación del fragmento del segundo capítulo "Mamá, mamá, ¿dónde estás, mamá")

El presidente del club fue de músico en músico, dándoles la mano a todos -para aquel entonces, el viola sí podía levantar la cabeza, no digamos ya la mano, y yo seguí preguntándome si no sería oportuno que algún médico hiciera algo por él-, y al final se volvió en dirección al público y saludó con los brazos alzados y moviendo las manos, pidiéndonos que aplaudiéramos más fuerte aún.
-Eso es, señoras y caballeros. Todos los artistas, sean quienes sean, necesitan saber que el público aprecia su trabajo. ¡Hagamos que lo perciban!
-¡Bravo, bravo!
Los aplausos se habían trocado en un golpeteo rítmico, a un nivel acústico que no habría cabido esperar de un público tan atemperado; pero así de grande era el alivio de los asistentes una vez liberados. Quienes aplaudían con más vigor eran los que habían permanecido atados a sus asientos y ahora se agolpaban, de dos en fondo, frente a la mesa de las vituallas.
-¡Bravo!
Así continuó la cosa hasta que la voz del presidente anunció en triunfo, imponiéndose al tumulto:
-¡Señoras y caballeros! ¡Señoras y caballeros! ¡Buenas noticias! ¡Los músicos van a ofrecernos un bis!
Temí que se organizara un motín. Temí que de la mesa de las vituallas salieran platos volando por los aires. Temí que alguien se acercara al chelo y le propinase un buen puntapié. Pero no: eran todos gente como Dios manda, que llevaban muchos años en este mundo y que ya habían tenido que vivir y soportar su cuota de sufrimiento; judíos nacidos en aquellos tiempos en que la cultura, incluso entre personas carentes de ella, seguía poseyendo un marchamo religioso; y que, por consiguiente, sentían una admiración sencillamente irrefrenable por cualquiera que fuese capaz de sostener en las manos un arco y un violín en vez de un arco y una flecha.

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